LA HISTORIA DICE ASÍ...
La profesora de
pedagogía dijo a sus discípulos: “Un maestro de escuela se puede comparar a un
prohombre que preparó una cena para sus amigos”. Al ver la expresión de
extrañeza de sus discípulos, la profesora continuó explicando: “Un prohombre de
una ciudad se encontró con un viejo conocido, a quien no veía desde hacía mucho
tiempo. Al cabo de dos días el prohombre –que era muy respetado por sus grandes
conocimientos de cocina- había planificado celebrar una cena con un grupo de
amigos y amigas que también le conocían y que, como él, tampoco le veían desde
hacía muchos años. Así que también le invitó a cenar. El prohombre era un experto
cocinero –de ahí venía, precisamente, su prestigio y la admiración que
despertaba entre sus amigos y conciudadanos- y preparó una cena espléndida:
entrantes variados, carnes guisadas con esmero y un pastel con confituras de
muchos tipos de fruta. Todo acompañado con vinos del Priorat y cava del
Penedès. El mismo día de la cena, cuando ya estaba prácticamente todo a punto,
de pronto se acordó de que su viejo amigo, no sabía bien por qué motivo, tenía
que estar atento con lo que comía, y que seguramente nada de lo que había
preparado con tanto esmero le sentaría bien. Enseguida le llamó por teléfono
(afortunadamente se habían intercambiado los números de teléfono por si surgía
algún problema) y le explicó lo que pasaba, y le dijo que lo sentía mucho, que lo
mejor sería que no acudiera y que ya le avisaría cuando hicieran otra cena.
“Otro prohombre
de la misma ciudad se encontró con el mismo caso. También él había preparado
una cena espléndida con sus amigos e invitó a ella a un viejo conocido común,
con quien se había encontrado por casualidad un par de días antes. La misma
tarde de la cena, otro de los invitados recordó al prohombre, por si lo había
olvidado, que el viejo amigo no podía comer de todo. El prohombre,
efectivamente, no lo había tenido en cuenta. Por suerte se trataba de un
cocinero con una gran variedad de recursos culinarios –por lo cual levantaba
una gran admiración- y se apresuró a llamarle por teléfono para saber si aún
tenía aquel problema y para comunicarle que, de todas formas, no se preocupara,
que acudiera igualmente a la cena, que ya le prepararía un plato de verduras y
un pescado a la plancha.
“En la misma
ciudad vivía un tercer prohombre, también muy respetado, no sólo por sus
grandes conocimientos culinarios y la variedad de recursos de que disponía,
sino también por sus convicciones y el valor que daba a la amistad, la
solidaridad y la justicia. Curiosamente, también éste se encontró con un caso
idéntico. Cuando ya tenía la cena prácticamente a punto, recordó que el último
de los que había invitado (un viejo amigo suyo y de los demás comensales) debía
seguir una dieta muy estricta. Entonces se apresuró a cambiar el menú:
seleccionó los entrantes que también podía comer el viejo amigo, guardó los
guisados en el congelador para otra ocasión, e improvisó un segundo plato,
también espléndido, pero que todos pudieran comer de él, y retocó el pastel de
los postres, adornándolo con frutas naturales y no con confituras. Llegada la
hora de cenar, comieron juntos de los mismos platos con los que el anfitrión
les había obsequiado”.
Después de esta
larga explicación, la profesora preguntó a sus discípulos: “¿Cuál de estos tres
comensales de última hora se sintió más incluido en la cena con sus viejos
amigos y conocidos?”.
“Sin duda, el
tercero”, respondieron unánimemente sus discípulos, sin vacilar ni un solo
instante.
“Efectivamente”,
corroboró la profesora de pedagogía. Y continuó su lección diciéndoles: “Una
escuela selectiva sólo admite a aquellos discípulos que pueden comer el “menú”
que tiene preparado de antemano: un currículum prefijado. En cambio, una
escuela inclusiva es muy diferente. Ni siquiera se conforma con preparar un
“menú especial” –un currículum adaptado- para un estudiante que tiene problemas
a la hora de comer el “menú general”, el currículum ordinario, general. Una
escuela inclusiva es aquella que adecua el “menú general” para que todo el
mundo pueda comer de él, para que sea un currículum común”. Y concluyó con
estas palabras: “En una escuela inclusiva, detrás de cómo se enseña y de qué se
enseña hay unos determinados valores que configuran una forma muy determinada
de ser, de vivir y de convivir”.
Si prefieres, puedes ver la historia en vídeo...
REFLEXIÓN
Como en la
parábola del invitado a cenar, incluir es acoger y valorar a quien se acoge. No
es sólo reservar un sitio en la mesa para alguien que tiene problemas con la
comida; incluir es dejar que participe plenamente, es querer
comer juntos, compartir la cena; y, si hace falta, también es ceder un poco,
siempre que esto sea posible (dejar los guisos en la nevera para otra ocasión,
modificar el pastel...) para poder comer juntos los mismos manjares.
En la escuela,
incluir también es acoger y valorar al que es acogido. No es sólo ceder un
pupitre de la clase para un compañero con más problemas, aunque sea la más
destacada junto a la mesa del maestro o de la maestra. Incluir es acoger y
valorar este alumno, como un compañero más; es dejar que participe activamente
en nuestro grupo, es compartir con él las actividades; es querer aprender
juntos y, si hace falta (siempre que esto sea posible) ceder en alguna cosa
(cambiar alguna actividad, ampliar algún objetivo, hacer más generales los
contenidos...) para asegurar al máximo su participación.
Las decisiones
sobre qué enseñar y cómo enseñar, dependen no sólo de cómo aprenden los
alumnos, sino también de la educación y la escuela que queremos, de la
finalidad que perseguimos cuando educamos. Si pretendemos enseñar todo tipo de
saberes (“saber conocer”, “saber hacer”, “saber ser” y “saber convivir”), es
necesario pasar de una escuela selectiva –que selecciona al alumnado en función
de sus características personales- a una escuela inclusiva, que acoge a todo el
mundo, independientemente de sus características personales.
Efectivamente,
para desarrollar en los alumnos algunos de estos saberes –como el “saber ser” y
el “saber convivir”- es necesario que estén, en la escuela, todos los alumnos.
Si no, ¿cómo aprenderán, por ejemplo, a convivir –a vivir juntos, respetándose
mutuamente- personas con discapacidad y personas sin discapacidad, si asisten a
centros separados o son atendidos en aulas diferentes?
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